Llegó como muchos, desde el otro lado de la cordillera a buscar una cobija, un lugar que pudiera darle el fuego que necesitaba a un campeón como este. Ni en la Boca, ni en la Celeste, ni en la Academia, nunca pudo encontrar la antorcha tan clara de su cubil. Pasó a un Cacique que ansiaba renovación, calidad y triunfo. Con 28 años y un coraje tremendo, el Almirante fue parte de la estrella 30 que tanto quería el pueblo albo.
Los años pasaron y el Almirante encontró ese lugar que se le había prometido, donde poner pierna fuerte, repartir la pelota y hacer goles de cabeza. Se forjó un nombre innegable en la defensa, regular a través de los años, signo de durabilidad, garra, gracia, ahínco. Durante años de desastre, nacido en San Martín llegó un libertador. Quizá la velocidad, la anticipación no sean las de antes, pero si hay algo que sabemos hacer es querer a los nuestros. Gracias Julio.